Mis noches son una calamidad. Me domina un estúpido complejo de inferioridad y cuando me miro al espejo, no estoy segura de dónde mirar, mi cuerpo es la vida de la que no puedo escapar.
Los días se escapan en melodías gastadas que llenan el aire de todo y de nada. Nos brillan los corazones y por detrás nos sacan los riñones. Las miradas heladas nos matan a ritmo de tambores.
No hay por dónde coger esa mirada que te dice que eres muy buena, muy buena para nada.
Se me acaban las palabras y no encuentro forma de decir que no sólo me siento vacía, si no también sola en demasía.
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