jueves, 26 de mayo de 2011

Pueden decir misa.

 Dicen que la fe mueve montañas, que la esperanza puede volver a un hombre loco y que es lo último que se pierde. Que el amor lo puede todo y que todo es relativo.

 Dicen que el tiempo y el olvido son como hermanos gemelos, que no se seca el sudor del que se suda por dentro,  que a quién madruga no le mires el dentado y que a caballo regalado Dios le ayuda.

 Dicen que sólo recordamos lo que nunca sucedió, que la angustia por el paso del tiempo nos hace hablar del tiempo que hace. Que no podemos saber quienes somos si no sabemos quienes fuimos y que las oportunidades marcan nuestra vida, incluso las que dejamos pasar.

 Dicen que la muerte es un sendero que recorreremos todos y que la vida es como una caja de bombones. Que las personas somos como estrellas fugaces y que se nos conoce por nuestros actos. Dicen que son los mejores nadadores los que se ahogan y que el clavo que sobresale es el que más golpes recibe.

 Dicen que el corazón tiene razones que la razón no entiende, que el miedo lleva al odio, el odio lleva a la ira y la ira lleva al lado oscuro. Que el miedo siempre está presente, pero superarlo te hace más fuerte. Dicen que un gran poder conlleva una gran responsabilidad y que lo que hacemos en la vida, tiene su eco en la eternidad.

 Dicen que fuera del perro, el libro es el mejor amigo del hombre, que el mundo es un libro y quienes no viajan sólo leen la primera página y que tememos aquello que no llegamos a comprender. Dicen que como en casa, en ningún sitio y que el infierno es vivir día a día sin saber la razón de tu existencia.

 Dicen que las grandes historias nunca terminan, que cada uno de nosotros debe tomar el relevo de la narración, que el pez más grande es así porque no se deja pescar y que nos caemos para aprender a levantarnos. Dicen que cuando no tienes nada, no tienes nada que perder y que la creación es el mayor poder.

 Dicen que los artistas mienten para decir la verdad mientras que los políticos mienten para ocultarla, que los fuertes se aprovechan de los débiles y nadie mueve un dedo, que el pueblo no debería temer a los gobernantes, los gobernantes deberían temer al pueblo. Dicen que la justicia es armonía, la venganza, satisfacción personal y que los criminales se aprovechan de la indulgencia de una sociedad compasiva.

 Dicen que un mago nunca llega tarde ni pronto, que nada es seguro y todo es posible. Dicen que los espartanos descienden del mismísimo Hércules y que los enanos brotan de agujeros en el suelo. Que la cara es el espejo del alma y que no todas las lágrimas son amargas.

 Dicen que si miras fijamente una olla, no hervirá nunca, que en caso de duda sigas siempre tu olfato y que de lo que se come, se cría. Dicen que a palabras elfas, oídos orcos, que no se trata de ver para creer, si no de creer para ver y que el futuro siempre puede cambiar.

 Dicen que si dos cosas son semejantes a una tercera, son semejantes entre sí, que la cara es el espejo del alma y que el alma es lo único que vive eternamente. Dicen que la noche es más oscura justo antes de amanecer, que o mueres como un héroe o vives lo suficiente para verte convertido en un villano y que la verdad es como una manta que te deja los pies fríos.

 Dicen que algunas reglas están para saltárselas y que te apartes de los problemas y los problemas se apartarán de ti. Que el mejor tipo de amor es el que despierta el alma y nos hace aspirar a más.

 Dicen que un hombre bien comi’o y bien bebi’o, tiene cojones de estar veinticuatro horas tendi’o, que mi abuela tiene un conejo, viejo, reviejo, reviejo y que general mola, pero que mola más capitán general.

Dicen que en un agujero en el suelo vivía un hobbit, que lo que no te mata, te hace diferente y que a falta de pan, buenas son tortas. Dicen que disfrutes de las pequeñas cosas, que hoy es hoy pero mañanas hay muchos, que todo impulso estrangulado nos envenena.


Dicen que Voy se llamaba el perro de Juan Casas.

martes, 24 de mayo de 2011

Efecto mariposa.

 Vivo de ilusión y de sueños. De visiones sobre un futuro incierto y vívidos recuerdos de un pasado del que, poco a poco, empiezo a sentirme libre. Y no me gusta. No la acepto. Quizás sea porque, inconscientemente y, sin lógica aparente, asemejo esa libertad al olvido, uno de mis peores enemigos y la peor de mis pesadillas. Ese olvido que a su paso únicamente deja vacío, un vacío que intentamos llenar a toda costa, equivocándonos y escogiendo lo que más a mano tenemos para llenarlo.

 Pero no estoy hoy aquí para hablar de recuerdos olvidados y desazón, si no, más bien, de ilusión, de sueños que se cumplen y de pequeñeces que realmente son muchedades. De cosas que nos hacen realmente felices, que nos hacen brincar y nos dejan el corazón henchido. Y os digo que todas esas cosas que, nos dejan buen sabor de boca y una sonrisa de oreja a oreja son las desencadenantes de un efecto mariposa dentro de nosotros llamado felicidad.

 Si te paras a pensar, te darás cuenta de cómo vivimos estresados y malhumorados por un millón de pequeños impedimentos del día a día y no disfrutamos esos pequeños o grandes momentos por los que merece la pena malhumorarse para poder luego saborear todas esas sonrisas que forman nuestro personal efecto mariposa.


Pero, qué sabré yo. Sólo soy una cabrona optimista. 

domingo, 22 de mayo de 2011

No molestar.

 ¡Aiya!

 Hoy os traigo un capítulo muy importante en la historia de Calla, mi adorada peliazul, que voy a dedicarle a mi querida Mari Carmen, que ayer lo leyó y le gustó tanto, que se desmayó, ahostiándose contra la estufa... Vale, no, no ocurrió exactamente así, no se desmayó por eso, pero bueno, que la pobre se puso fatal y nos dió un susto de muerte (obviando el hostión que se dió contra la estufa al desmayarse y lo blanca, verde y morada que se puso...) y que le vamos a echar una mano en lo que necesite.
 Teloveo tó ♥

 También deciros que... ¡Ayer cobré mi primera paga! Y yo más contenta que unas pascuas. Eso va a los ahorros para la batería, que cada día está más cerca.

 Y sin más preámbulos, aquí tenéis el fruto de mi inspiración.


 No era aún medio día cuando dejé el lápiz sobre la mesa. No encontraba las palabras, no hallaba la forma de continuar escribiendo, así que después de estirarme y suspirar, me levanté y decidí salir a despejarme.
 En principio me rondó la idea de salir a la calle, pero, ni sabía adónde ir, ni iba vestida medianamente en condiciones y, la verdad, no tenía ningunas ganas de cambiarme, así que opté por ir rumbo a la azotea.

 Cuál sería mi sorpresa al abrir la puerta y encontrarme una maleta en el suelo acompañada por unos zapatos gastados y una cara gabardina negra empapada vistiendo a un chico moreno de dos metros diez que yo conocía muy bien.
 Dimitri.

 Las lágrimas no tardaron en brotar, tanto en sus ojos como en los míos. Unas lágrimas llenas de sentimientos que ambos habíamos guardado durante todo este tiempo que habíamos pasado lejos el uno del otro.
Nada más echarme las manos a la boca, recién abierta a causa del estupor, me abrazó. Me abrazó como nunca lo había hecho: Culpándome, riñéndome por haberme ido sin haberle dicho absolutamente nada.
 Lentamente, se apartó de mí, le miré a los ojos y, con suavidad, rocé con la palma de mi mano derecha su mejilla, enjugando una lágrima.
 Y le besé.

 Nos fundimos en un beso que expresaba todo lo que ambos llevábamos dentro: Dolor, tristeza, arrepentimiento, soledad, ternura, amor, pasión, ira, lujuria...

 Comenzó poniendo sus manos sobre mi cintura y, muy dulcemente fue envolviéndome con sus cálidos brazos, que fueron subiendo hasta enredar sus dedos con mi pelo. Con sus labios aún sobre los míos, me estampó contra la pared, utilizando ligeramente algo de presión con su cuerpo sobre el mío. Apoyó las manos en la pared y, con gran esfuerzo, separó sus boca de la mía para dejar su rostro a tan sólo unos pocos centímetros frente al mío, mirándome con una intensidad con la que sólo a mí me miraba. Esa mirada que, aunque suene horriblemente típico, hacía que el resto del mundo desapareciese...
 Bajó la vista y, con los dientes apretados, me susurró.

 -¿Por qué...?- Violvió a mirarme a los ojos, subiendo el tono de voz. -¿Por qué no me lo dijiste? ¿Entiendes como me sentí después de que te fueras sin decirme absolutamente nada? ¿Creíste que no lo entendería? ¿Que te habría obligado a quedarte?

 -No. Sabía perfectamente que lo entenderías y que me habrías acompañado sin necesidad de que yo te lo hubiese pedido.

 -¿Entonces...?- Gritó furioso, pero, instantáneamente, su tono pasó a ser apesadumbrado. -¿Por qué te fuiste? ¿Por qué te fuiste... sin mí?

 -Porque tenía miedo, miedo de enfrentarme a mi vida y sentía que esto era algo que debía hacer sola. Debía luchar contra ese temor y vencerlo yo sola.

 Me miró fijamente y me besó con ternura. Se hizo un momento de silencio y habló de nuevo.

 -¿Has vencido ya ese temor? ¿Puedo... volver a tu lado?

 Sonreí.

 -Eres más que bienvenido.

 Cogí su maleta y, entre besos y caricias, pude dejarla en el suelo del salón, apoyada en el sofá. Entretanto, el sentimiento de ausencia que habitaba en nuestros corazones quedó mitigado por la desatada pasión de nuestro encuentro y, camino de la habitación, fuimos deshaciéndonos de la ropa, que nos impedía unir nuestros cuerpos como uno solo.



 Desde luego, me hubiese gustado tener un cartel de esos de ''NO MOLESTAR'' para colgarlo en el pomo de la puerta, aunque nadie hubiese allí para leerlo.



 Y hasta aquí el relato de hoy. Es extremadamente ñoño y romanticón, lo sé, pero espero que lo hayáis disfrutado.

 Namárië! :)

miércoles, 4 de mayo de 2011

No te creas que no me he dado cuenta.

 Bueno, después de un largo descanso sin escribir nada, os traigo una pequeña porción de la historia que tengo en mente. Contada desde el punto de vista de Rose, aquí tenéis el encontronazo con un ser que apareció en una de mis pesadillas y que decidí desarrollar como personaje. 
 Sin más, os dejo con ello. Espero que os guste.


 Digamos que yo siempre he tenido los pies bien puestos sobre la tierra y, aunque me deje llevar bastante por la imaginación y me fascinen los seres fantásticos de libros, mitos y leyendas, jamás en la vida pensé en que realmente pudiesen existir. Pero ahí estaba él. No tenía la más remota idea de qué se suponía que era, ¿un mutante, una persona, un pobre superviviente a los experimentos de Mijail Kolvenik, o algún tipo de muestra del daño que provocan todas esas mierdas nucleares?

 No se me ocurría nada que explicase qué tenía exactamente delante, y, tenía la ‘’ligera sensación’’ de que no iba a aclarármelo aunque yo le preguntase, aunque estaba bastante segura de que tenía la capacidad de hablar, de entender y poder comunicarse. Así que todo lo que hice fue extender la mano. En principio fue un acto involuntario en señal de que no era peligrosa y, un poco, intentando expresarle que deseaba que nuestro encuentro se desarrollase de forma pacífica, pero al ver que su rostro se suavizaba –pude incluso vislumbrar un atisbo de pena en sus ojos, tristeza y ganas de ser comprendido, como pidiéndome que no huyese de él- con suavidad acerqué la mano y le acaricié la mejilla.
 Cerró los ojos ante el contacto y sonreí al ver que, realmente, no quería hacerme daño.
 De repente, escuchamos un ruido que provenía del fondo el pasillo, a su espalda. Ambos dimos un respingo. Él endureció el rostro de nuevo, me dedicó una última mirada que me pareció una disculpa y desapareció en la oscuridad que había a mi espalda.
 Al principio pensé en seguirle, pero no podía ver nada más allá de mis manos, así que decidí volver por donde había venido, aunque, después de haber oído aquel ruido, proveniente de esa dirección, me asusté.

 Comencé a andar a paso lento con todo el sigilo del que fui capaz, y, aún así, tropecé un par de veces con estrépito.
 Entonces me encontré ante el cruce que se dividía hacia los cuartos de baño y la lavandería y el pasillo que conducía a la cocina, el restaurante y el bar. Ipso facto, me vino a la mente.

 Alex.

 ¿Cómo había podido olvidarme de él y dónde se encontraba ahora? Estaba herido, muy malherido, y la última vez que le había visto había perdido bastante sangre.
 Comencé a gritar. Si había algo o alguien allí, no me importó. Tenía que encontrar a Alex. Tenía que ayudarle.

 -¡¡Alex!! ¡¡Alexander!! ¿Dónde estás?- Me eché las manos a la cabeza. ¿Hacia dónde debía dirigirme? 
¿Dónde estaba Alex?

 Por suerte, oí un grifo y, aunque en un principio me aterrorizó, opté por ir hacia los baños.
 Y allí estaba él, con la ropa empapada en sangre, apoyado en la pared con la mano sobre la llave de uno de los grifos.
  En cuanto me vio entrar, sonrió y se dejó caer al suelo.
  Encendí la luz y me apresuré a cerrar el grifo y, acto seguido, sentarme a su lado.

 -Te… oí gritar.- Seguía sonriendo.
  
-Lo sé, lo sé. Ahora cállate. Estás muy mal. Déjame ver esas heridas.-

  Con gran esfuerzo se levantó la camiseta y pude ver gran cantidad de cortes en todo su torso. Cerré los ojos con fuerza y aparté la cara. Volví a abrirlos segundos después y me sorprendí al mirar hacia su pierna. Me quedé sin aliento. Tenía la rodilla derecha doblada hacia dentro de una manera imposible. Me entraron náuseas y los ojos se me anegaron de lágrimas.
 Suspiré.

 -Ah… yo, yo…- No sabía qué era lo que podía decir. Sólo podía mirar furtivamente de su rodilla a sus ojos.

 -Tranquila.- Hablaba en apenas un susurro. Si no hubiese visto la mueca de dolor que había dibujada en su cara, habría jurado que estaba totalmente sereno. –La policía debe de estar al caer, y junto con ellos, alguna ambulancia.-

 -¿Aguantarás? Es decir…-

 -Claro que aguantaré. Tengo una promesa que cumplir.- Cerró los ojos y apoyó la cabeza en la pared.
  Yo me eché a llorar, hasta que, después de unos minutos me calmé y apoyé la cabeza sobre su hombro.

 -Te quiero.

 -Lo sé. No te creas que no me he dado cuenta.


 Espero que os haya gustado y gracias por leer.

 Namárië :)