Cualquier intento de conversación con él en casa es inútil gracias a eso que llamamos el mejor invento del hombre: La televisión. Y es que lo emboba como a un gato un ovillo de lana: Una vez la enciende, no te acerques a él, que araña; y, sinceramente, me gustaría poder hablar más con él, explicarle todo lo que es importante para mí y porqué lo es. Compartir mis inquietudes e interesarme por las suyas, como más o menos es mi relación con mi madre.
Me encantaría hablar con mi él sobre mi abuelo, el que poco me atrevo a nombrar por no reavivar el dolor que se empeña en no mostrar, en aparentar que no existe. Me gustaría que me contara cosas sobre su familia, su pasado y sus recuerdos, profundizar en todo aquello de lo que sólo puedo arañar la superficie.
Adoro esa sensación cuando estamos los tres juntos y surge un tema de conversación en el que mi padre comienza a hablar con una intensidad y unas ganas que pocas veces comparte; Abre los ojos tanto como sus parpados se lo permiten, alza sus cejas, echa la cabeza hacia adelante y gesticula sin parar con las manos. Es fantástico verle tan entusiasmado, pues todo lo que sale de su boca últimamente es deprimente. Está quemado, hastiado de llevar la vida que lleva. Cansado de no vivir. Y le entiendo, en la medida de lo posible.
Poco a poco y desde ahora, quiero que estemos más unidos. Quiero, de forma que no diga ''¿Es así cómo me ves?'' que sepa lo que pienso y lo que siento, y que lo entienda. Quiero poder decir algún día que realmente conozco a mi padre.
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