Dicen que la distancia es el olvido y yo siempre olvido que existe la distancia y pienso que le tengo aquí conmigo, que estoy oliendo su fragancia. Pero siempre en algún momento se explota la burbuja y se le hecha de menos, como el hechizo de una bruja, que tarde o temprano acaba haciendo efecto.
Y como si de una manta se tratase, la melancolía te envuelve, te arropa y te susurra al oído que así será para siempre. Y tú luchas y te debates contra ella, le gritas que que se equivoca, que está loca y que pronto te hallarás en la felicidad aquella, en la normalidad de todos los días, en las noches de cenas y riñas, en la rutina de toda la vida...
Y lo peor es no tener la maldita certeza de saber que se equivoca, que la felicidad acude cuando uno la evoca, que pronto volverá y que no estoy loca y que algún día podre dejar de pedir al cielo lo que no está en mi mano, que ser inútil me frustra, que mover cualquier dedo es en vano...
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