De pie en el umbral de la habitación, sintiendo la fría oscuridad a la espalda y la también fría luz de la lámpara en la cara, con un libro pesando en la mano izquierda y la mirada recorriendo el desorden; el constante gruñido del ordenador taladra los oídos ya desde lejos y cualquier apoyo que pudiera dar descanso al cuerpo se halla ahora colmado de trapos, libretas y chismes que no se pusieron en su lugar. El cuarto propio atestado y pidiendo orden, parece echar al dueño de forma no especialmente cortés; parece girar la cara y decir "No vengas ahora en busca de ayuda donde tú no la prestaste", y con esto, hace sentir al individuo sobrante y de poca valía y voluntad.
Finalmente, la pobre alma en pena acabará en el sofá con una manta vieja y roída, aunque caliente, buscando consuelo en alguna serie de humor que le saque una sonrisa o dos.
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