A veces me gustaría poder borrar el pasado, poder seguir sin arrastrar cada día todos los errores cometidos, todo el daño hecho y recibido y todos los besos a personas que ya nunca volverán a mi vida. Sí, todo ello me ha convertido en la persona que soy ahora, de la que, sólo a veces, me siento ciertamente orgullosa. Pero sería bonito entregarse a los brazos de una persona como si fuera la primera vez que lo das todo, la primera vez que regalas tu corazón sin esperarlo de vuelta. Abrir inocentemente todo lo que llevas dentro y esperar que la otra persona también lo haga con la misma ilusión que tú. Y no digo que haya perdido la ilusión, pero sí he ganado en miedo y cautela, porque sé cuánto duele un corazón roto. Y aunque otra persona venga detrás a sanarlo, nunca vuelve a estar entero del todo. Es por eso que a veces me gustaría olvidar el pasado. Que siempre está ahí como un recordatorio de todo lo bueno y lo malo. De cuánto puedes llegar a intimar con una persona que luego se convertirá en alguien a quien, si eso, saludar al verle por la calle.
Y no quiero volver a desconocerme con nadie.
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